Santiago de Chile en 1920.
El General Juan Vicente Gómez dio fin a las
revoluciones, estableciendo firmemente la paz interior, lo que, por sí sólo,
basta para colocar su nombre en el libro de oro de los grandes conductores de
pueblos de nuestra joven América.
He aquí el interesante
artículo que publica la importante Revista Zig-Zag, de Santiago de Chile, en su
edición del 22 de Julio de 1922:
"Nos llega de Venezuela
la noticia de haberse efectuado la renovación del Poder Ejecutivo en forma que
hace honor al espíritu cívico y al amor del orden público que imperan en aquel
simpático país, y que el General Juan Vicente Gómez, asumió el 24 de Junio
último el mando supremo, en medio de la satisfacción general de sus
compatriotas.
Nada más natural que este
regocijo, toda vez que el distinguido gobernante ha encauzado a su Patria en la
amplia y luminosa senda del progreso a la sombra de la paz interna, de las
garantías y libertades individuales y de la confraternidad internacional,
firmemente consolidada por su política hábil y profundamente sincera.
Este soldado-ciudadano, que
logró derribar los torreones de la opresión que pesaba sobre las conciencias y
las instituciones, y destruir para siempre los gérmenes de la agitación y la
revuelta que estancaban el desenvolvimiento material e intelectual del
país y mantenían latente el estado de perpetua discordia, ha sido y es el autor
de todos los adelantos venezolanos de los últimos años.
Conocidos ampliamente son
los primeros actos del Gobierno del General Gómez, que dieron por resultado la
cancelación de las deudas provenientes de los Protocolos de Washington; el
arreglo de las dificultades internacionales, la mayor de las cuales, sin duda,
era la situación vidriosa que su antecesor había creado a Venezuela en sus
relaciones con Francia; la celebración de tratados de amistad y de intercambios
comerciales con diversos países; la tendencia manifiesta de acercamiento con
los pueblos de América y el arreglo de las finanzas nacionales.
Posteriormente, su esfuerzo
se ha ejercitado en todos los órdenes de la actividad pública, evidenciando así
una verdadera concepción de sus deberes de estadista y el anhelo de labrar la
grandeza de Venezuela.
De este modo, propendió al
incremento de la instrucción pública, a la que trazó rumbos definidos de índole
práctica, a fin de que sus conciudadanos se encontraran en aptitud de bastarse
a sí mismos, de proveer a sus necesidades como hombres preparados por la
educación intelectual y por el aprendizaje de un oficio; reorganizó el
Ejército, que era una colectividad incipiente y sin preparación militar, e
inició el mejoramiento de la Armada Nacional, así como de la Marina Mercante;
estableció puertos marítimos y fluviales allí donde antes sólo existían radas
abiertas a todos los vientos, inseguras, sin abrigo, sin malecones y sin nada,
en fin, de lo que constituye un puerto moderno; abrió profusamente hermosas y
cómodas vías de comunicación, especialmente carreteras, que abreviaron las
distancias y facilitaron los transportes hasta los más apartados villorrios;
fomentó las obras públicas y dio considerable impulso a la agricultura, base de
la riqueza en ese país de asombrosa fertilidad, así como a la minería y a las
industrias fabriles; desarrolló hábilmente las finanzas nacionales, atendió a
la disminución de la deuda pública, qué en la actualidad es relativamente
insignificante; atendió al mejoramiento de las ciudades, a la salubridad y a la
higiene, a todo, en fin, lo que cae bajo la acción múltiple de un hombre de
Estado de mirada previsora y de alta concepción de sus deberes; y, sobre todo,
como ya lo hemos dicho, dio fin a las revoluciones, estableciendo firmemente la
paz interior, lo que, por sí sólo, basta para colocar su nombre en el libro de
oro de los grandes conductores de pueblos de nuestra joven América.
En el período constitucional
anterior estuvo alejado de la acción gubernativa, para consagrarse
exclusivamente a la reorganización e instrucción del ejército, del que es Generalísimo.
El pueblo venezolano sabe
apreciar al General Gómez, que ha vivido preocupado del bienestar de sus
conciudadanos y en quien ve al hombre que habrá de llevar a la República a la
cúspide de su engrandecimiento. Su elección, por el voto unánime del Congreso,
es la mejor prueba de su popularidad, popularidad bien merecida, por cierto, ya
que el General Gómez ha sabido hacerse digno de ella por medio de una labor patriótica
y fecunda en halagadores frutos de bien público y prestigio nacional".
(Publicado en el Diario "El Financiero" de
Madrid, España, el 22 de septiembre de 1922).
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