(Por: Juan
Liscano)
Juan Liscano, poeta, escritor, ensayista, editor e
intelectual venezolano, de gran influencia cultural a mediados y finales del
siglo XX, reconocido como folclorista, columnista y promotor cultural.
El General Juan Vicente Gómez, desde donde esté reflexiona para sus
adentros: "Anjá. Con que éstos son los que iban a mejorar al país. Mire
pues. Yo pagué todo lo que debía el loquito de Castro y éstos volvieron a
ponerse a deber. A mis compatriotas nadie los corrige... sino gente como
yo".
Se le atribuye a un Presidente de la República del Perú, la siguiente opinión emitida hace unos años:
"Los problemas de la América Latina nunca se resuelven o se
resuelven solos".
Este fatalismo teñido de humor no puede ser aceptado desde el punto de vista de la ética patriótica, pero tiene sus visos de realismo cínico y corresponde en la actualidad, a una situación general que no auspicia optimismo alguno con respecto al destino de los "cachorros del león español".
A los 170 años de la Independencia (un promedio), la América india, hispánica o latina, tras de haber arrojado sobre Europa y luego, sobre Estados Unidos, la fauna de sus millonarios, se convirtió en un club de deudores aterrador, porque no es nada seguro que alguna vez pueda cancelar con los bancos de los países desarrollados, el enorme compromiso contraído en aproximadamente una década. Arturo Uslar Pietri calificó de tragicomedia lo sucedido.
En realidad lo cómico y lo trágico se conjugan en esta nueva incidencia de
nuestras repúblicas tan sui generis, y la no cancelación de los miles de
millones adeudados puede afectar profundamente el sistema financiero mundial.
La comicidad en este asunto estriba, por una parte en la facilidad, más
aún, la oferta entusiasta de los banqueros del mundo desarrollado por prestar
dinero a los países del Tercer Mundo, bien conocidos por su tradicional
insolvencia y desorganización, y en la avidez lógica con que éstos recibieron
las cantidades de dólares y en la rapidez con que desaparecieron, consumidos
por el populismo, la corrupción, la burocracia, la ineficacia, la incapacidad
de productividad y producción. Con mucho menos, el Plan Marshall reconstruyó a
Europa.
La otra parte cómica es la reacción del deudor. Tras de recibir el
dinero, dilapidarlo vertiginosamente y quedar en estado deficitario, protesta porque
se le cobra, esgrime argumentos silogísticos, invoca la democracia y la
libertad, los manes patrios, y quiere poner condiciones a la cancelación de su
deuda. Los prestamistas se aterran ante esta nueva situación imprevista. Los
deudores cierran filas para que no les cobren lo adeudado.
La deuda se convierte en un modo de reivindicación latinoamericanista. "Debemos...
por lo tanto somos". "Hay que unirse ante la amenaza del
cobro". "No pagaremos sino cuando nos convenga". "Ustedes
tienen la culpa por habernos prestado dinero". "Pagar implica un alto
costo social". "Nuestra dignidad nacional no puede ser rozada por
esas cuestiones de cobro insolente". "No nos someteremos a la
vergϋenza de pagar". Y hasta hay quienes sostienen, después de haber
recibido el dinero prestado y haberlo gastado alegremente, que se trata de un
asunto político y no económico. Por supuesto salieron a relucir las
acusaciones tradicionales antimperialistas, las exigencias de
autodeterminación y nacionalismo sano.
Pareció en un momento dado, que una vez más la América Latina era la
víctima de la codicia, los miles de millones prestados y dilapidados por sus gobiernos,
constituían una criminal ingerencia de las multinacionales, de las potencias,
de la banca internacional. Ni a Avivato se le hubiera ocurrido una
salida semejante.
Hubo un tiempo en que las potencias imperialistas cobraban sus deudas
interviniendo militarmente, ocupando territorios, o bombardeando puertos. Las
cosas han cambiado. Ahora se refinancian las deudas. Es decir, se reconoce lo
que se debe y se vuelve a pedir prestado para pagar. América Latina ha dado el paso
de reconocer su deuda. Ella forma ya parte de su futuro. Venezuela refinanció
su deuda. Al parecer en condiciones honorables. Es un haber en la cuenta de
este gobierno.
¿Pero cuánto pesaran en los años venideros estos compromisos adquiridos
a sabiendas? ¿Quién dice que se cumplirá lo acordado? Mientras tanto los
banqueros hacen su mea culpa y el General Juan Vicente Gómez, desde donde esté
reflexiona para sus adentros: "Anjá. Con que éstos son los que iban a
mejorar al país. Mire pues. Yo pagué todo lo que debía el loquito de Castro y éstos
volvieron a ponerse a deber. A mis compatriotas nadie los corrige... sino gente
como yo".
JUAN LISCANO
(Publicado en el diario "El Nacional", el 6 de octubre de
1984).
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